Una fuente…

Una fuente…

Nada más llegar a Garachico tomé conciencia de hasta qué punto la covid-19 está marcando el ritmo de nuestras vidas: el FICMEC, como tiene que ser, se ha adaptado a la nueva normalidad, y el aspecto de los lugares en los que se desarrolla el festival –la glorieta de San Francisco, por ejemplo– da fe de ello, con una sala de proyecciones que ha pasado a tener el cielo como techo y cuyos asientos se separan unos de otros siguiendo las actuales recomendaciones de seguridad.

Esto también se nota en la oficina de prensa en la que trabajo: menos notas que redactar, menos urgencia, menos gente; aunque siempre la misma profesionalidad y el mismo buen ambiente de siempre, por supuesto. Me voy dejando llevar por ese afán de serenidad que me quiere envolver y siento, casi sin darme cuenta, que el estrés descabalga de mis hombros y me da un respiro. Un respiro cada vez más largo y más limpio.

Después de almorzar regreso a la oficina de prensa, que este año está en el hotel La Quinta Roja, una casona del siglo XVI. Me acomodo en su frondoso patio, inquieto porque sigo sin encontrar algo de lo que hablar en mi diario del FICMEC. De pronto, recostado en un sillón, se apodera de mí una extraña conjunción de tres vértices. Junto a mí, una fuente cantarina y subtropical me arrulla y me susurra: «Cierra los ojos»; al otro lado de una ventana interior, dos chicas del equipo de prensa hablan serenamente, como si fueran hermanas –no sé de qué hablan, solo oigo el sonido femenino de sus voces–; y a lo lejos, tan lejos que no molesta, alguien ensaya algo parecido a una pieza musical con un saxofón.

Es solo un instante –no más de tres minutos–, pero en ese microscópico punto de la eternidad el mundo empieza a alejarse sin que yo lo haya pedido (como un regalo) y de un plumazo se esfuman hipotecas, embargos de la Agencia Tributaria, retrovisores rotos por la urgencia de la salida del colegio, el sobrepeso de mi mala alimentación, la acidez de mis meriendas compulsivas, el ahogo de la mascarilla, los derrumbes musculares sobre la cordillera de mi espalda… Por primera vez en mucho tiempo, todo a mi alrededor y dentro de mí está en orden y en calma.

El rumor de la fuente cantarina me despierta, del mismo modo que antes me arrulló, y me dice al oído: «Levanta, que ya tienes algo de lo que hablar en tu diario».

Ramón Alemán

Foto: Dani de León