Sol, bicicleta y endorfinas

Sol, bicicleta y endorfinas

Cuando ya parecía que el equipo que pone en marcha cada día la maquinaria de FICMEC estaba al borde de la extenuación, el día posterior a la apoteósica jornada de ayer –ahora hablaremos de ello– vino a comenzar como una balsa de aceite; eso sí, una balsa que se mecía bajo un sol antipático que nos tiene a todos atontados, además de cansados.

Es en días como estos cuando se tiene tiempo de disfrutar de la heterogénea masa de seres humanos que conforman el equipo de organización de FICMEC. Estamos todos resacados (sin haber bebido nada, que yo sepa) de la jornada de ayer, pero también más relajados; y en el espacio, hoy vacío, que la multitud ocupaba ayer, algunos de nosotros hasta nos hemos dado el gusto de montar una bicicleta roja y azul propiedad de Cruz Roja, que adorna la glorieta de San Francisco desde el comienzo del festival.

Como decía más arriba, la jornada de ayer ha sido tal vez las más multitudinaria de la historia de este festival. Parte de la culpa la tuvo la película Teide, el gigante dormido, una producción impecable del cineasta canario Pedro Felipe Acosta, estreno mundial, esperada, bien realizada, mejor montada, exhibida ante un público tan ávido de ella que hubo que improvisar una segunda sesión para que en total fueran más de 500 las personas que disfrutaran de esta premier. La otra parte de culpa la pudo tener el Día de Canarias, en el que pueblos encantadores como Garachico hacen de imán de visitantes locales y foráneos. Sea como fuere, el día de ayer marca un antes y un después en las estadísticas de FICMEC.

Luz, Leticia, Eric, Dani, Moisés, César, Adtemexi, Teresita, Sandra, Ani, Amanda, Daniel, María José, Raquel, María, Indira, Iván, Javier, Cris, Martín, Airam…; todo el mundo parecía hoy de mejor humor (y también lo estarían las ausentes Rosa y Sonia), y eso que esta virtud –el buen humor– es una seña de identidad de la que anda sobradísimo el equipo de FICMEC y de la que no se salva ni David Baute, que dirige el festival sin levantar la voz y es incapaz de no hacer un chiste en el momento menos esperado.

Quedan dos días, pero, como se suele decir, todo el pescado está ya vendido y ahora la trastienda de FICMEC tiene derecho a estirar los músculos y soltar alguna carcajada de más. Lo dije en este mismo diario hace dos años: este no es un festival de corbatas ni zapatos de tacón, y sé de buena tinta que algún invitado venido de esos nortes ibéricos se quedó algo sorprendido de la camaradería y el cariño –cuando digo cariño me refiero a dar besos y abrazos, a tutear, a ser atentos y amables…– con los que se trabaja aquí. Que no se confundan; la profesionalidad no va en el uniforme ni está reñida con la dulzura.

Un servidor pertenece ya al batallón de los veteranos –diría casi que a la reserva–, pero nunca me canso de decir, cada vez que se me ofrece la oportunidad, que trabajar en FICMEC desde hace tres años está siendo una de las experiencias más enriquecedoras de mi largo batallar laboral, porque no solo me pagan en euros por hacer mi trabajo, sino que se me abona con creces en endorfinas, y eso no tiene precio.

 

Ramón Alemán
Foto: Luz Sosa