Teletrabajo y tacto

Teletrabajo y tacto

Si hay algo que caracteriza al Festival Internacional de Cine Medioambiental de Canarias, el FICMEC, es que es un encuentro en el que el tacto pasa de ser un sentido secundario a una de sus señas de identidad. Sí, ya sé que estamos hablando de un certamen de cine y que, por lo tanto, es la vista –como ocurre en la vida cotidiana– el sentido que manda. Pero el FICMEC siempre ha sido, desde que trabajo aquí, a las órdenes de David Baute, un mar de abrazos, de reencuentros, de paseos por callejuelas con la mano sobre la espalda del amigo, de risas y cañas en una terraza… El FICMEC, al igual que todo lo que ocurre en lugares con encanto como Garachico, es una cita con las sensaciones y el calor humano, una cita con el tacto.

Por eso ha sido tan extraño este primer día del festival: resulta que hoy he empezado a trabajar en la oficina de prensa del FICMEC, pero antes de comenzar la jornada no ha habido, como en años anteriores, abrazos, chistes, cafés ni nada de nada con los compañeros del equipo –el staff…– por la sencilla razón de que he trabajado a cincuenta kilómetros de distancia, en mi casa-oficina de La Laguna, y lo más parecido a un abrazo que he intercambiado han sido unos cuantos emoticonos de WhatsApp enviados a Leticia Dorta, Leti, la jefecita del departamento de prensa. Esto de trabajar de lejos no tiene nada que ver con la covid-19: simplemente estaba previsto que yo llegara mañana a Garachico, pero Leticia me hizo un encargo para hoy mismo; una entrevista telefónica que me sirvió para ir aterrizando suavemente en la rutina que me espera.

Yo estoy muy acostumbrado al teletrabajo, al que me entregué felizmente hace diez años, cuando comencé una nueva etapa en mi vida laboral, y debo confesar que no lo cambio por nada. Sin embargo, me niego a teletrabajar ni un día más para el FICMEC, y ya tengo preparada la maleta para plantarme en la glorieta de San Francisco mañana a primera hora. Será diferente a otros años, lo sé, pero a ese bicho microscópico no le vamos a dar el gusto de que nos arrebate la cita anual con Garachico. Además, seguro que más de un abrazo cae, aunque en este raro 2020 estén prohibidos.

Ramón Alemán