29 May Dos reencuentros
Hoy he sido protagonista de un reencuentro y testigo de otro, a cuál más emotivo. Empecemos por el primero: esta mañana asistí a la suelta de una tortuga boba en aguas de la playa de La Caleta de Interián, esa república independiente que hay entre Garachico y Los Silos. Allí me topé con dos queridos amigos, Jaime de Urioste y María José Bethencourt, que resultaron ser los encargados de devolver al mar a la tortuga. El reencuentro con esta pareja de enamorados de la fauna, responsables de la Fundación Neotrópico, fue una alegría inesperada, pues hacía años que no los veía, por múltiples motivos.
Estar de nuevo con ellos me sirvió para recordar la impagable labor que lleva a cabo esta fundación, con sede en Santa Cruz de Tenerife: Neotrópico es el fruto de una pasión de Urioste por los animales que comenzó cuando era niño. En aquellos tiempos, el pequeño Jaime a veces hacía cosas como ir al colegio –al mismo colegio que yo– acompañado de… ¡una serpiente! Pero la cosa resultó no ser un capricho infantil, sino una vocación prematura, y eso ha hecho posible un logro tan importante como que Neotrópico sea el único centro de fauna exótica de Canarias que ofrece una cuarentena de nivel 3 de bioseguridad. En otras palabras: si alguien se encuentra en nuestras islas con un animal extraño y potencialmente peligroso para el ser humano, puede dar por seguro que acabará en las instalaciones de Neotrópico, donde se hará todo lo que se debe hacer en estos casos.
El segundo reencuentro –aquel que no protagonicé, sino del que fui testigo– también tiene que ver con Jaime y María José, ya que, como decía, fueron ellos los encargados de que la tortuga volviera a ese mar del que nunca debió irse y al que tanto echaba de menos, a decir del nervioso y constante batir de sus cuatro aletitas cuando la sacaron del depósito en el que fue trasladada a la playa. La tortuga, de aproximadamente un año de edad, había sido rescatada en su día por encontrarse en mal estado tras ingerir plásticos. Una vez sanada, hoy bastó que Jaime la depositara sobre una ola recién llegada a los callaos para que literalmente volara bajo las aguas de su añorado mar y se perdiera en la inmensidad del océano. Dentro de unos meses podría estar en Brasil, me dijo Jaime.
Este doble reencuentro también me ha servido para entender una vez más la enorme responsabilidad que tenemos los humanos en el cuidado del planeta que nos parió y al que tanto daño le hacemos: no olvidemos que esa tortuga no tragó plásticos por irresponsable ni por golosa ni por ignorante (la irresponsabilidad, la gula y la ignorancia son defectos exclusivamente humanos), sino por culpa nuestra. Por lo tanto, la tortuguita hizo muy bien en marcharse pitando y sin decir adiós, pues no nos debe nada, ni siquiera a Neotrópico. Si alguien le debe algo a esa fundación somos todos los demás humanos, ya que ningún común mortal llega ni a una millonésima parte de lo que hacen Jaime y María José por purgar los imperdonables pecados que cometemos contra la madre Tierra.
Ramón Alemán
Foto: Luz Sosa