Andrea en 2048

Andrea en 2048

Andrea, que hoy cumple cincuenta años, acaba de recordar una mañana de junio de 2017, cuando apenas contaba diecinueve, en la que tuvo que salir de la proyección de un documental porque la impotencia le llenó el rostro de lágrimas. Era una película muy dura –y eso que ella no vio lo peor–, con la que el director Miguel Ángel Rolland quería denunciar las barbaridades que en aquella época aún se les hacían a los animales con la excusa de que se trataba de ancestrales celebraciones, la mayoría de ellas con un trasfondo religioso.

Yo, que entonces ya era mayor –hoy soy un anciano–, me acerqué para explicarle algunas cosas. Recuerdo que le dije que no debía sentir impotencia, que había esperanza para todos aquellos que, como ella, creían que había que acabar de una vez por todas con la costumbre de maltratar, torturar y matar animales por pura diversión (vaya diversión…).

Le conté, por ejemplo, que cuando yo era pequeño y solo había un canal de televisión en España, no era nada raro que un niño de mi edad estuviera delante de la tele merendando y viendo una corrida de toros, porque esas atrocidades se programaban en televisión con la misma naturalidad con la que se pasaban los dibujos animados. Sin embargo, gracias a personas que ya entonces mostraban la sensibilidad que después heredó Andrea, la sola imagen de una corrida de toros ya era en 2017, como mínimo, motivo de polémica.

Películas como las de Rolland e impotencias como las de Andrea, convertidas en acciones, permitieron que pocos años después se volvieran a dar nuevos pasos: se prohibió definitivamente la fiesta de los toros y los hijos de los hombres que degollaban patos y se lanzaban ratas muertas en fiestas patronales decidieron dejar de divertirse como lo hacían sus padres apenas unas décadas atrás. En realidad, lograr eso no fue tan difícil: bastó con que Andrea y otras personas se acercaran a ellos y encontraran un pequeño resquicio de tolerancia para exponer su punto de vista sin recibir un gruñido o un puñetazo por respuesta.

Con sus recién cumplidos cincuenta años, Andrea echa la vista atrás y se da cuenta de que, efectivamente, había esperanza, como la que germinó en ella misma durante el Festival Internacional de Cine Medioambiental de Canarias, en Garachico, que fue donde vio aquella película de Rolland que le hizo llorar de impotencia. En mi ancianidad, hoy me acuerdo de Andrea y me viene a la memoria una canción que decía: “Somos prehistoria que tendrá el futuro, somos los anales remotos del hombre”. Casi un siglo después de que el trovador Silvio Rodríguez escribiera estos versos, hoy –en 2048– seguimos siendo la prehistoria de la humanidad, pero menos.

Ramón Alemán

Foto Luz Sosa