Esponjas

Esponjas

Siempre hemos oído eso de que los niños son como esponjas: que sus sentidos absorben cuanto los rodea, que imitan todo lo que ven… Recientemente le oí decir a una astrónoma del Instituto de Astrofísica de Canarias que su interés por la ciencia le venía de cuando cría, porque los niños, afirmaba ella, «tienen mente científica» y quieren aprenderlo y entenderlo todo. Eso es fantástico, y lo único malo de esta realidad impepinable es que, pese a ese afán por descubrir y conocer, los niños tienen escasa capacidad para distinguir lo verdadero de lo falso, lo útil de lo inútil; en la inocencia de sus intelectos embrionarios, dan por bueno todo lo que sus instructores –los adultos– acercan hasta sus oídos, sus ojos y sus manos.

Los adultos de hoy fuimos niños que absorbimos años atrás lo que otros adultos pusieron al alcance de nuestros sentidos, y eso es lo que hace posible que hoy yo tenga a mi alrededor personas sensibles y personas egoístas, gente de derechas y gente de izquierdas, maltratadores y maltratadas, científicas y escritores, pollabobas (con perdón) y seres extraordinarios. Todo lo que somos –el mundo que estamos construyendo, o destruyendo, las relaciones sociales y laborales que establecemos, los insultos que oímos y los que proferimos…– lo aprendimos, como esponjas insaciables, cuando aún éramos inocentes y nuestras mentes eran un libro en blanco.

Toda esta perorata viene a cuento porque la primera estampa que me ha regalado la nueva edición del FICMEC ha sido la de una invasión de niños y niñas que esta mañana tomaron la glorieta de San Francisco de Garachico y sus alrededores para aprender, de boca de varios monitores –todos ellos muy jóvenes, por cierto–, secretos del mundo natural que nos rodea: los espacios protegidos de Tenerife, cómo distinguir las diferentes conchas que nos encontramos en la playa, por qué jamás debemos llevarnos una de esas conchas si en su interior sigue estando el ser vivo que la fabricó, cómo se forman las nubes, qué es una especie introducida y qué es un endemismo…

Los pibes escuchaban con atención lo que decían esas autoridades del conocimiento que para ellos son los adultos –todos los adultos–, y respondían entusiasmados a las preguntas que los monitores les hacían sobre los más variados asuntos. Yo, allí plantado y en silencio, me alegré enormemente de que, de entre la infinita oferta informativa que está a disposición de esos menores, hoy estuvieran bebiendo, inocentes y confiados, de fuentes creíbles, sanas y bienintencionadas.

Esa imagen –la de unas fuentes de sabiduría abrevando a un ejército de esponjas sedientas en el centro de Garachico– es, en realidad, una de las más visibles huellas dactilares del FICMEC, un festival pensado para contribuir a hacer del ser humano –que todavía es, como especie, un ignorante y maleable bebé– un adulto responsable que, en un futuro que se acerca a velocidad de relámpago, sepa por fin habitar y limpiar la casa en la que vive.

Ramón Alemán
Foto: Luz Sosa