La larga luz de Carl Sagan

La larga luz de Carl Sagan

A los compañeros de generación los podemos reconocer, entre otras muchas cosas, por los programas de televisión que compartimos cuando éramos pequeños. Si alguien me dice que vio Los payasos de la tele, El hombre y la Tierra y Verano azul cuando aún iba a primaria o secundaria –o sea, a EGB, que ya no existe–, yo sé que tengo muchísimas cosas en común con esa persona, y desde ese instante siento hacia ese alguien cierta simpatía (tal vez injustificada).

Después de Los payasos de la tele, El hombre y la Tierra y Verano azul, y cuando yo ya estaba en BUP (que tampoco existe ya), llegó a mi pantalla otro espacio televisivo: un canto a la sabiduría, a la humanidad, a las estrellas, a los misterios más insondables del universo. El programa –una serie documental– se llamaba Cosmos y gracias a él muchos conocimos, a comienzos de los años ochenta, a un astrofísico extraordinario llamado Carl Sagan.

Yo siempre he tenido la convicción de que, pese a su temprana muerte –en 1996–, la luz que irradió Sagan hacia las mentes de cientos de millones de personas hace cuarenta años a través de aquel maravilloso programa ha perdurado y es larga y veloz como la de las estrellas de las que él nos habló. Como ejemplo de lo que digo, sepan ustedes que en las redes sociales circula actualmente un fragmento de la serie Cosmos en el que Sagan, al explicarnos cómo calculó Eratóstenes la circunferencia de la Tierra, les tapa la boca –en un viaje en el tiempo que nos lleva a los años ochenta– a unos mentecatos del futuro a los que ni siquiera tuvo la desgracia de conocer: todos esos que hoy en día se apuntan a la ridícula moda del terraplanismo.

Hoy se proyectó en el FICMEC el documental Fireball: visitantes de mundos oscuros, en el que el vulcanólogo Clive Oppenheimer recorre el globo en busca de objetos estelares que han caído a la Tierra, y en busca también de sociedades humanas que han establecido relaciones espirituales con cometas, meteoritos, estrellas fugaces, cráteres provocados por rocas extraterrestres… En una de las escenas, Oppenheimer habla con una científica y le dice: «Tenía razón entonces Carl Sagan cuando decía que somos polvo de estrellas…».

No pude evitar, después de la proyección, lanzarme a mi ordenador para buscar la fecha de nacimiento de Clive, pues la simple referencia a Carl Sagan me hizo intuir que Oppenheimer y yo somos de la misma generación. Y Google me lo confirmó: el vulcanólogo británico es apenas dos años mayor que yo, de modo que ambos, siendo adolescentes, estuvimos sentados frente a un viejo televisor, él en su casa y yo en la mía, y quedamos hipnotizados por el verbo seductor del guionista y presentador de Cosmos, que no hablaba simplemente de estrellas y de teorías físicas, sino que, como reza el subtítulo de la serie, nos proponía «un viaje personal», una forma íntima y casi filosófica de entender el universo.

Tal vez influido por ese espíritu, Clive Oppenheimer no ha hecho con Fireball un aburrido documental científico, sino que ha preferido hablarnos de lo que piensan los humanos, los simples y mortales humanos de todos los rincones del planeta, sobre las estrellas que caen del cielo. El resultado es una obra maestra que habría fascinado a Carl Sagan. Si tienen la oportunidad, véanla.

 

Ramón Alemán

Foto: Luz Sosa