La alegría de los comienzos

La alegría de los comienzos

Garachico despertó ayer sábado con una humedad del noventa por ciento y cubierta por esas nubes de panza de burro que engañan, porque son nubes de calor. En esa atmósfera de verano y con la glorieta de San Francisco invadida por delfines de madera –del escultor Luigi Stinga– y un inmenso letrero con el nombre de FICMEC, realizado con decenas de bidones azules por alumnos de arquitectura de la Universidad Europea de Canarias, las terrazas que rodean el convento de San Francisco comenzaron a llenarse de gente a lo largo de la mañana; gente de la villa y gente que llegó desde fuera con esa alegría que dan los comienzos de aquellas cosas que merecen ser vividas.

La alegría de los comienzos es igual a la alegría fría y legañosa de esos que madrugan para salir de excursión cuando el sol todavía se despereza, como los participantes en el taller de fotografía de FICMEC, que ayer partieron con César González rumbo a la naturaleza para aprender del prestigioso Antonio Liébana. Y alegría, una alegría inmensa, fue lo que se llevó Liébana cuando consiguió, contra viento y marea y con la ayuda de César, sacarle 400 fotos a un inesperado pinzón azul. “No puedo irme de Tenerife sin un pinzón en mi cámara”, había dicho al llegar a la isla.

En la glorieta de San Francisco, en los callejones que rodean la iglesia de Santa Ana y en los alrededores de la avenida marítima, los muchachos del Centro Integrado de Formación Profesional César Manrique (de Santa Cruz), que vienen a Garachico a las órdenes del incombustible Demetrio Darias, maestro de casi todos los jóvenes y no tan jóvenes que se han dedicado a lo largo de este siglo al oficio audiovisual, recorrieron una y otra vez los recovecos del pueblo con cámaras y micrófonos, en busca de imágenes y sonidos que servirán de recurso gráfico para la organización de este encuentro internacional con el cine medioambiental.

Por la tarde, cuando el antiguo convento de San Francisco se preparaba para abrir sus puertas, la música comenzó a animar la espera de vecinos y visitantes con la actuación de Atlantic Jazz Ensemble & Jess Martín. Y a las siete de la tarde, media hora antes de la gala de inauguración, la cola ya llegaba hasta el otro extremo de la plaza. El del aforo se presenta como un problema pero también como una alegría para el festival: cada año viene más público a este encuentro con el cine medioambiental. Por eso el alcalde de Garachico, Heriberto González, se comprometió en su discurso de apertura a lograr para la villa un espacio cultural en condiciones, que habrá de estar en las naves de la empaquetadora Fast, junto al mar (precisamente allí comenzó el festival desde que se celebra en Garachico). Eso sí, el alcalde advirtió que este es un sueño que se hará realidad “despacito, como en la canción de Luis Fonsi”.

Antes que el alcalde había subido al escenario la artista multidisciplinar Saida Santana, que leyó –interpretó– una apasionada carta de amor a nuestro planeta con el acompañamiento musical de Nuria Herrero a la marimba. También actuaron los integrantes del Coro de Cámara de Garachico, que crearon el ambiente idóneo para la posterior proyección de La tortuga roja, un estremecedor largometraje de animación que se llevó el aplauso del público por la sensibilidad con la que su autor, Michael Dudok de Wit, plantea una metáfora sobre el hombre y la naturaleza.

Los comienzos siempre son alegres, y ayer Garachico estaba alegre, como lo está permanentemente el director de FICMEC, David Baute, ese hombre que cuenta un chiste en el momento menos pensado… Hasta los diminutos murciélagos que habitan el convento de San Francisco jugaron durante un rato entre el proyector y la pantalla donde se estampaba La tortuga roja para sumarse a la fiesta y de paso recordarnos –como si fueran una película más del festival– que ellos, escondidos entre la arquitectura de los humanos, también existen.

Ramón Alemán

Fotos Luz Sosa